viernes, 2 de septiembre de 2011

ESTANCIA GRANDE: EL TELAR INVISIBLE

" Apuesto al Quijote aunque anda rengo, brindo por tipos sin antifaz. Me abrazo a la rabia de los vencidos que cruzan sin mapas la oscuridad, hasta estallar.” 
   Los caballeros de la quema         
                                                                                    
Camina pausado y anda con la voz lenta, viste pañuelo al cuello, boina negra, manos donde el sol y la  tierra se han hecho carne, no sin orgullo. Nosotros lo acompañamos campo adentro y el camino   se vuelve una peregrinación de anécdotas, un florecer continuo de  mitologías, de costumbres, de imágenes que traen el recuerdo de una vida sencilla y feliz. Pero de repente hay una palabra que sale de la boca de Mario Escudero que lo obliga a pararse, se detiene y mira hacia arriba como aquellos que saben que van a evocar algo sagrado, “la taba, dice: ¿usted podrá creer que todavía se discute si la taba es un juego de habilidad o de suerte? Está claro que es de habilidad, hay que saber tirar la taba para que caiga del lado correcto. Los gauchos que venían a mi campo eran avezados en el juego y el que ganaba no era el que tenía más suerte sino el mas hábil.”

Cambia de tema y ahora sigue caminando. Yo me quede pensando en la taba, para el hombre de campo no es un mero juego de azar, sino que más bien es un deporte. Su deporte, el que ellos han heredado y elegido. Y pensar que a Mario le quieren quitar las tierras para favorecer a ese otro deporte: “el polo”, tan identificado con la aristocracia argentina, con los dueños de las tierras que se hicieron de ellas a costa de tanta sangre.                          

Pero a pesar de todo Mario sigue contando y cantando sus logros en la vida. Tiene 12 hijos y en el camino nos cruzamos con una de ellas, que nos saluda con amabilidad. Trae un cuadro en la mano, no demasiado grande. Decide darlo vuelta y entregárselo a su padre, me lo regalaron para vos papa, para que te acompañe. A Mario se le dibuja una sonrisa, agradece desde adentro y nos muestra el cuadro, es Jesús, su cara lo ocupa todo y abajo se lee una frase: “yo soy el camino”. Inmediatamente Mario decide que hay que colgarlo en la carpa que da hacia afuera, enfrente de los policías que lo “custodian”. Ese cuadro se convierte en una bandera, pero no religiosa, sino que más bien es un símbolo de la fe, de la esperanza. ¿Y qué otra cosa es la lucha, sino un acto de fe? Luchar es creer en una causa, estar convencido y esperanzado. Y Mario reúne todas esas cualidades, por eso su lucha lleva un año y medio ininterrumpido.   
                     
Me  disperso por un momento y sin darme cuenta me dejo llevar por el inconfundible olor de la comida campesina, cocinada a fuego lento y con la leña del lugar. La olla es generosa y las personas ya se reúnen alrededor del fuego. El trabajo y las horas han abierto el apetito, se disponen a comer, son las 4 de la tarde, aquí parece importar poco el horario, se come cuando se tiene hambre y listo. Yo sigo recorriendo el lugar, me encuentro con las carpas y los colchones apilados a un costado, seguramente después de una larga noche, como todas. Finalmente llego a la casa de Mario, que ahora es una triste montaña de escombros. “fue una madrugada, en la casa  estaba una de mis hijas con mis nietas, llegaron con las maquinas y la policía, no les importo nada ni los chicos, me tiraron la casa abajo y se llevaron detenidas a mi hija y a mis nietas”. Lo recuerda su voz con un tono donde se deja vislumbrar la bronca y la impotencia. Pero en él la lucha es sinónimo de acción, de manos a la obra. Mario habla con el cuerpo y con los hechos, que es probablemente la mejor manera de hablar. Por eso han comenzado a construir una nueva casa, en el frente del campo a la vista de todos. Los ladrillos se van levantando y junto a ellos toda la familia Escudero. La casa es un sello sobre el territorio, una prolongación de la tierra y también de ellos. Es un espejo al revés que se burla de aquella mega-construcción justo enfrente de su campo, en tierras ya expropiadas por el gobierno, a uno de los ex-vecinos de Mario.    

Ha llegado la hora de cruzar la tranquera, la hora de partir. Giro por última vez para saludar a todos y ya no veo lo mismo que vi cuando llegaba, ese trozo de tierra con un par de carpas de nylon, colchones a la intemperie, personas de caras cansadas cavando pozos sobre una tierra desolada. Veo un modo de vivir la tierra, de sentirla, de defenderla, veo la solidaridad de la gente que se acerca a luchar con Mario, codo a codo desde su lugar. Estancia grande es un telar invisible. Allí se teje la trama de la conciencia social, una red cuyo poder reside en las uniones, en la multiplicación y diversidad del tejido, en la posibilidad de Re-conocernos en el Otro.  Hay un gran telar en estancia grande que está esperando nuestra puntada.     

Por Denis Illesca
Estudiante de la  Lic. en Comunicación Social
Universidad Nacional de San Luis

(Este trabajo corresponde a la Observación Participante realizada en Estancia Grande - agosto de 2011) 

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